Continúa desde Robert Johnson II
Las últimas canciones registradas en San Antonio fueron “Cross Road Blues”, “Preaching Blues (Up Jumped the Devil)” y “If I Had Possession Over Judgment Day”. En ellas, Johnson evoca la condena y la redención, la oscuridad y la luz, reflejando su confusión y el lado más oscuro del músico.
Las ventas obtenidas por este primer trabajo fueron suficientes para ARC, y apenas siete meses después de su primera sesión, metió a Johnson de nuevo en el estudio de grabación durante la primavera de 1937, esta vez en Dallas. Allí grabó otros trece temas antes de volver a la carretera, entre ellos “Hell Hound on My Trail”, “Love in Vain Blues” y “Kind Hearted Woman”, la única que alcanzó un nivel de ventas importante. El resto de 1937 y durante 1938, actuó en Misisipi y en el este de Arkansas, donde hizo amistad con David “Honeyboy” Edwards y con Elmore James.
Edwards estuvo muy próximo a Johnson durante un breve periodo antes de la muerte de éste. Coincide con Shinnes cuando describe la personalidad de Johnson. Adicto al alcohol, se enzarzaba en peleas en las que no tenía ninguna posibilidad. Abordaba a las mujeres de manera directa, daba igual si eran novias o esposas de otros hombres, lo cual solía provocar una huida apresurada del local donde actuaba.
En el verano de 1938, Robert acordó algunas actuaciones en un pueblo cercano a Greenwood, Misisipi. Según Edwards, la esposa del hombre para el que trabajaba Johnson fingía visitar a su hermana en la ciudad todos los lunes, aunque en realidad los pasaba en la cama con el músico. Finalmente, el marido se percató de la lujuriosa actividad de la pareja, pero en lugar de evidenciar sus sospechas, siguió tratando a Johnson como antes.El sábado 13 de agosto, poco antes de medianoche, cuando Edwards llegó al garito encontró a Johnson sentado en un rincón. Había tenido que interrumpir su actuación, a pesar de las protestas del público que le ofrecía whisky para que pudiera seguir tocando. Ante su alarmante estado, lo condujeron a la parte trasera y lo acostaron sobre una cama y, antes del amanecer, lo llevaron a su habitación en Greenwood. El martes siguiente, cuando Edwards lo visitó, lo encontró incapaz de hablar y escupiendo sangre. Ese mismo día, pocas horas más tarde, murió envenenado por el marido celoso.
O, al menos, esta es la versión de “Honeyboy” Edwards, porque desde aquel 16 de agosto de 1938, la historia se ha contado de muchas maneras. Algo más exagerado, Sonny Boy Williamson II, que también visitó a Johnson en sus últimas horas, dijo que lo encontró loco a causa del veneno, arrastrándose por el suelo y aullando como un perro antes de que muriera en sus brazos. Son House, sin embargo, escuchó que Johnson había recibido un disparo o una puñalada. El certificado de defunción, cuyo único dato fiable es la fecha, incluye una nota aunque sin evidencia alguna, de que la causa de la muerte fue sífilis. Y la familia que asistió al funeral dijo que había muerto de neumonía. Para completar el enigma en torno a su figura, no hay uno, sino tres posibles lugares donde Johnson pudo haber sido enterrado.
Robert Johnson nunca tocó para grandes audiencias, realizó la mayor parte de su trabajó en fiestas y juke joints o en las calles. Sólo grabó veintinueve canciones que, en su tiempo, sólo vendieron algunos miles de copias. Hoy se le considera un maestro del blues del Delta, pero Johnny Shines aseguraba que era capaz de interpretar el estilo de consumados guitarristas del Norte como Lonnie Johnson, o de Piedmont como Blind Willie McTell. Las letras de sus canciones han sido comparadas por algún autor con la poesía romántica de John Keats o de Shelley.
El reconocimiento general a su figura no llegó hasta 1961, veinticinco años después de su desaparición, cuando Columbia lanzó el álbum “King of the Delta Blues” con una selección de sus mejores canciones. Pero, durante ese período de olvido, Robert Johnson siguió siendo un personaje determinante en la historia del blues a través de su influencia en músicos tan relevantes como Howlin’ Wolf, Sonny Boy Williamson II o Robert Lockwood.
La Historia del Blues continúa con John Henry Hammond
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